MOZART Y SU RÉQUIEM
Homero Bazán
Todo en la vida de Mozart tiene un toque literario, opina Luís Ignacio Helguera: la infancia prodigiosa, el genio humillado por los caprichos y dineros de las cortes imperiales, la profundidad espiritual reconciliada con la vida bohemia que raya en la frivolidad y la vulgaridad, así como su final enmarcado por la composición de un Réquiem que se convertiría en su emisario de la muerte a la edad de 35 años.
La revista Biblioteca de México dedica su número 99 a desentrañar, a través de la pluma de escritores, ensayistas, poetas y melómanos, el genio y figura de Wolfgang Amadeus Mozart, cuya personalidad, legado, contradicciones, así como las teorías acerca de su genio, son reseñadas a lo largo de 66 páginas.
Eduardo Lizalde y el propio Helguera participan con textos inéditos para este número, en el que se incluyen además traducciones de algunos textos sobre el músico escritos por Marcel Proust, Hermann Hesse, E.M. Cioran, Lorenzo da Ponte y Antoni Mari. José Emilio Pacheco colabora con la versión de la obra Mozart y Salieri, de Aleksandr Pushkin. Un aspecto es que Mozart rescató el legado de Bach y, a diferencia de otros, descubrió en sus partituras toda su grandeza y potencial, alejado de las etiquetas que las consideraron apuntes musicales de un organista extraordinario.
Más de un cuarto de siglo había transcurrido desde la muerte del titán de Eisenach, —explica—cuando Mozart, que se hallaba en Leipzig en 1788, escuchó un motete que Bach había escrito hacía setenta años y afirmó: “Finalmente conozco algo nuevo, y algo aprendo, esos simples datos bastarían para comprender que Mozart no sólo había producido una revolución estética en todos los terrenos de la ejecución y la creación musical, sino que comprendió a fondo el mar de la música renacentista y barroca. Mozart es el eslabón básico entre los grandes músicos antiguos y los que lo suceden”.
En el texto de Hermann Hesse, que se publica en la edición y que incluyó una serie de apuntes personales a los que llamó Pequeñas alegrías, además que Mozart fue demasiado grande para que un siglo fuera capaz de entenderlo totalmente.
Para Jean-Victor Hocquard opina que a este músico se le ama, no se le prefiere, porque asimiló todo lo que en su época estaba disponible en el orden de la técnica musical. “La música de Mozart presenta una gran riqueza de aspectos que pueden ser agrupados en parejas de opuestos: ternura y violencia, jugueteo y gravedad, brutalidad y gracia, elegancia galante y demonismo revolucionario, distinción cortesana y truculencia popular, ensoñación languidescente y frenesí expansivo”.
Daniel Catán retoma para esta edición la polémica en torno a la misteriosa muerte del genio, de quien se conoce por los registros, la hora exacta de su deceso: la una de la mañana del cinco de diciembre de 1791.
Con fundamento en las investigaciones del libro Mozart and Constanze, de Francis Carr, Catán escribe que si el compositor fue envenenado, aunque es probable que algunos de sus amigos más cercanos supieran la causa. Como la noticia de su muerte no se podía ocultar, había que darle un entierro rápido y callado, antes de que se llevara a cabo la autopsia. “La muerte de Mozart no sorprendió a sus amigos. Tan pronto como Van Swieten fue notificado de la muerte, Constanza desapareció, Joseph Deiner vistió el cadáver de negro, Van Swieten hizo arreglos para la misa en la catedral St. Stephen y para que su entierro no se realizara en el cementerio principal sino en el St. Marx, en las afueras de la ciudad, la humilde tumba del genio costó ocho gulden, 56 kreutzer y tres florines”.
Antoni Marí escribe que escuchar a Mozart y, en particular la ópera Don Giovanni, produce una fascinación por la unión de un ritmo sostenido e imprevisible y de una intensidad tan alta que uno no tiene más remedio que dejarse llevar por su juicio. “Cada vez que resuenan los primeros compases de la obertura de Don Giovanni, una especie de terror nos recorre el espinazo, un terror que parece carecer de forma, voluntad y destino, pero que avanza sinuoso y nos persuade. La música de Mozart en esta obra nos muestra nuestra la naturaleza de hombres que, llevados por el deseo, tocamos las puertas del absoluto sin temer al castigo o a nuestra propia soberbia”, finalizó.
La revista Biblioteca de México dedica su número 99 a desentrañar, a través de la pluma de escritores, ensayistas, poetas y melómanos, el genio y figura de Wolfgang Amadeus Mozart, cuya personalidad, legado, contradicciones, así como las teorías acerca de su genio, son reseñadas a lo largo de 66 páginas.
Eduardo Lizalde y el propio Helguera participan con textos inéditos para este número, en el que se incluyen además traducciones de algunos textos sobre el músico escritos por Marcel Proust, Hermann Hesse, E.M. Cioran, Lorenzo da Ponte y Antoni Mari. José Emilio Pacheco colabora con la versión de la obra Mozart y Salieri, de Aleksandr Pushkin. Un aspecto es que Mozart rescató el legado de Bach y, a diferencia de otros, descubrió en sus partituras toda su grandeza y potencial, alejado de las etiquetas que las consideraron apuntes musicales de un organista extraordinario.
Más de un cuarto de siglo había transcurrido desde la muerte del titán de Eisenach, —explica—cuando Mozart, que se hallaba en Leipzig en 1788, escuchó un motete que Bach había escrito hacía setenta años y afirmó: “Finalmente conozco algo nuevo, y algo aprendo, esos simples datos bastarían para comprender que Mozart no sólo había producido una revolución estética en todos los terrenos de la ejecución y la creación musical, sino que comprendió a fondo el mar de la música renacentista y barroca. Mozart es el eslabón básico entre los grandes músicos antiguos y los que lo suceden”.
En el texto de Hermann Hesse, que se publica en la edición y que incluyó una serie de apuntes personales a los que llamó Pequeñas alegrías, además que Mozart fue demasiado grande para que un siglo fuera capaz de entenderlo totalmente.
Para Jean-Victor Hocquard opina que a este músico se le ama, no se le prefiere, porque asimiló todo lo que en su época estaba disponible en el orden de la técnica musical. “La música de Mozart presenta una gran riqueza de aspectos que pueden ser agrupados en parejas de opuestos: ternura y violencia, jugueteo y gravedad, brutalidad y gracia, elegancia galante y demonismo revolucionario, distinción cortesana y truculencia popular, ensoñación languidescente y frenesí expansivo”.
Daniel Catán retoma para esta edición la polémica en torno a la misteriosa muerte del genio, de quien se conoce por los registros, la hora exacta de su deceso: la una de la mañana del cinco de diciembre de 1791.
Con fundamento en las investigaciones del libro Mozart and Constanze, de Francis Carr, Catán escribe que si el compositor fue envenenado, aunque es probable que algunos de sus amigos más cercanos supieran la causa. Como la noticia de su muerte no se podía ocultar, había que darle un entierro rápido y callado, antes de que se llevara a cabo la autopsia. “La muerte de Mozart no sorprendió a sus amigos. Tan pronto como Van Swieten fue notificado de la muerte, Constanza desapareció, Joseph Deiner vistió el cadáver de negro, Van Swieten hizo arreglos para la misa en la catedral St. Stephen y para que su entierro no se realizara en el cementerio principal sino en el St. Marx, en las afueras de la ciudad, la humilde tumba del genio costó ocho gulden, 56 kreutzer y tres florines”.
Antoni Marí escribe que escuchar a Mozart y, en particular la ópera Don Giovanni, produce una fascinación por la unión de un ritmo sostenido e imprevisible y de una intensidad tan alta que uno no tiene más remedio que dejarse llevar por su juicio. “Cada vez que resuenan los primeros compases de la obertura de Don Giovanni, una especie de terror nos recorre el espinazo, un terror que parece carecer de forma, voluntad y destino, pero que avanza sinuoso y nos persuade. La música de Mozart en esta obra nos muestra nuestra la naturaleza de hombres que, llevados por el deseo, tocamos las puertas del absoluto sin temer al castigo o a nuestra propia soberbia”, finalizó.
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