martes, 20 de noviembre de 2018

Artículo Trotsky

CASO TROTSKY PUSO EN EL 
OJO DEL HURACÁN A LA 
JUSTICIA MEXICANA: 
DR. MIGUEL ARROYO RAMÍREZ

***El magistrado Jorge Ponce Martínez recopiló el histórico expediente de este caso que ensombreció a todo el mundo por el sanguinario asesinato que cometiera Jacques Mornard, un agente de la implacable KGB

***Impresionante la resolución judicial del juez Rafael Rojina Villegas en el Caso Trotsky, un expediente histórico que detalla cómo el poder del Sóviet Supremo acabó con quien se le consideraba el sucesor de Stalin.

***Jaime Ramón Mercader del Río y/o Jacques Mornard  y/o Frank Jackson, llevaba arma blanca y pistola, pero pensó que la muerte más rápida, silenciosa y efectiva era el piolet

***Trotsky pegó un grito, se volvió y mordió a su asesino. Fue atendido por los médicos y sobrevivió durante 26 horas más



BLAS A. BUENDÍA
Reportero Free Lance



Primero que nada, se trató en su momento de un acontecimiento de carácter universal que impresionó al mundo entero, y que puso al aparato de justicia de  México en el ojo del huracán, bajo el escrutinio de observadores y gobiernos internacionales en el Caso León Trotsky.

Dijo lo anterior el Consejero de la Judicatura del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, Doctor en Derecho Miguel Arroyo Ramírez, en su intervención como ponente en la presentación del libro “La Resolución de Rojina Villegas en el Caso Trotsky: su negativa de Libertad Preparatoria al homicida Jacques Mornard”, escrito por el magistrado Jorge Ponce Martínez, donde detalla con elegancia y exámenes precisos, el infausto acontecer registrado a principios de la década de los 40’s.

El criminal Jaime Ramón Mercader del Río (Barcelona, España, 7 de febrero de 1913-La Habana, Cuba, 19 de octubre de 1978), fue un militante comunista español y agente del servicio de seguridad soviético NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), conocido por asesinar el 21 de agosto de 1940 al político y revolucionario ruso León Trotsky, que paradójicamente en “recompensa” por el acto criminal, recibió la ciudadanía soviética y fue nombrado “héroe” de la Unión Soviética.

La narrativa del crimen de Trotsky -señala el Doctor Miguel Arroyo Ramírez-, se valorar en la tesis de don Jorge Ponce Martínez, quien siendo un magistrado civilista cuya obra que presenta tiene un amplio significado, recurrió al Archivo Judicial para hacer una recopilación de las investigaciones que se redactaron por los sucesos del miércoles 21 de agosto de 1940, en la vieja casona de Coyoacán. El caso de la resolución del juez Rafael Rojina Villegas, respecto al homicidio de León Trotsky, contiene revelaciones oficiales de ese suceso histórico.

Primero que nada se debe recordar que, León Trotsky (Lev Davídovich Bronstein, más conocido como Lyev Trótskiy o, en español, como León Trotski y quien fue un político revolucionario ruso de origen judío), era el principal sucesor real de Lenin (Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin); era quien había organizado al Ejército Rojo, tenía una amplia ascendencia.

Para el doctor Miguel Arroyo, se trató de una situación de juegos por el poder, ya que es Stalin quien domina el poder de la Rusia Soviética, en tanto que León Trotsky tiene que huir de un régimen autócrata, buscando asilo en varios países que lo rechazan, nadie quería tener como enemigo a la Unión Soviética.

Precisamente –apunta- encuentra una acogida en México con un sector de la izquierda mexicana porque ésta estaba dividida en ese momento, y que se había dividido más cuando prácticamente ya se conocía el Pacto Hitler-Stalin, pronosticado por Trotsky como la consecuencia inevitable de los Acuerdos de Münich, de 1938, entre el nazi-fascismo y las "democracias" occidentales, y eso hizo que la izquierda mexicana se dividiera de una manera que casi le costara su existencia.

Si bien en la hemeroteca de la UNAM, aparece en textos periodísticos de acciones inverosímiles que aseguran: “…entiéndase que para México, el asesinato fue una afrenta internacional: no había podido garantizar la vida de un hombre perseguido de país en país por la furia asesina de un enemigo de dimensiones aterradoras. Había ofrecido refugio... y el refugio había sido una trampa. La conmoción fue tal que, en cierto modo, aún está vigente…”

Esto –añadió- provocó que Trotsky fuera, no solamente ya en México, perseguido implacablemente por los agentes soviéticos, sino también por algunos agentes de la propia izquierda mexicana que aparentemente más que su propia ideología, se arrogaron también en la labor de tratar de acabar con la vida de León Trotsky. En síntesis, tuvo que sortear dos frentes enconados, “él solo contra el mundo”.

Es ya conocida la participación del pintor David Alfaro Siqueiros, pero es conocida también la participación en defensa de León Trotsky, desde Diego Rivera, y ahí estaban los dos símbolos de la izquierda mexicana que luego se llamaron stalinistas y luego se autonombraron trotskystas.

Si bien narró el Doctor Miguel Arroyo que su abuelo pertenecía al Partido Comunista Mexicano, nunca le quedó muy claro de qué lado había estado, pero evidentemente no aprobaba el homicidio de Trotsky, y sí reprochaban el Pacto subterráneo entre Stalin y Hitler.

“El tema no solo llegó ahí, sino que resulta que al cabo de los años, un tío político mío  resultó ser sobrino de León Trotsky, o sea, su padre era, a su vez, parienta directa de León Trotsky, porque la familia de Trotsky, una parte de los Rothstein se van a Estados Unidos, y de origen judío, se convierten en una familia, en su mayoría, muy próspera en la Unión Americana.

Sin embargo, revela que siempre acallaron el origen de los vínculos de León Trotsky, pero el otro sector no lo acalló; “yo pertenecí al sector que no la había acallado y formó parte de la izquierda en los Estados Unidos de América, siguiéndose una tradición ideológica”, comentó.

De tal suerte –precisa- se trató de una situación en la que se escucharon muchos comentarios, y evidentemente cómo Ramón Mercader que usaba el sinónimo francés de Jacques Mornard, realmente se trataba de un catalán. Ramón Mercader se había ganado la simpatía de Trotsky, poco a poco y después se las había ingeniado para entrar al recinto de León Trotsky, y a sangre fría acabara con su vida clavándole un piolet en la cabeza.

“Un hecho que se sumaba con anterioridad a varios atentados en contra del ideólogo León Trotsky. De hecho, ambos personajes se cambiaban de habitación cuando dormían, y simulaba estar dormidos en una de las habitaciones en donde ya había recibido otros atentados, de tal suerte que nunca pensó que estaba durmiendo con el enemigo”.



La justicia mexicana en la palestra internacional



A raíz de los históricos acontecimientos del miércoles 21 de agosto de 1940, de pronto la justicia mexicana se ubicó con un asunto de Estado, que estaba en la palestra, y corre la suerte la justicia mexicana que el juez que conoce del asunto en primera instancia fue el maestro Raúl Carrancá y Trujillo, de connotada reputación y con una personalidad de gran presencia en el medio judicial mexicano.

Pero Carrancá no acaba siendo, evidentemente y como lo aclara en el texto el maestro Ponce, quien conociera el final del proceso, por una suerte de modificaciones en la estructura de los tribunales mexicanos, el caso lo sigue el jurisconsulto Rafael Rojina Villegas.

Posteriormente, se registra una interesantísima forma de ver cómo Rojina Villegas se opone a la liberación preparatoria de Jacques Mornard y la argumentación que realiza para ello. Unos meses después, la libertad le es otorgada “por una gracia” del secretario de Gobernación y el subsecretario, que eran, ni más ni menos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, quienes posteriormente fueron Presidentes de México.

Abunda: “El juez Rojina contradice los elementos del proceso judicial, toda vez que hay un cambio en la postura del gobierno mexicano. Un cambio en cuanto a la postura primero de oponerse a la libertad preparatoria cumplida en su mayor tiempo, y después acceder a esa libertad preparatoria para ‘congraciarse’ –esto ya es una hipótesis personal, afirma el Doctor Miguel Arroyo-, con el Estado soviético”.

En aquella época, la justicia mexicana comenzó a tener una preponderancia internacional avasallante, sobre todo de cómo el juez Rojina Villegas tuvo que construir un argumento para impedir la libertad preparatoria a Ramón Mercader.

Revalora: “Entonces, lo que ha hecho el magistrado Ponce, es absolutamente de un gran valor histórico, porque recupera los textos jurídicos a través de los cuales podemos reconstruir el reflejo de la contienda política que había en ese momento”, y que le tocó resolver y conocer de un asunto delicados como el Caso Trotsky; “fue toda una presión que recaía en un tribunal mexicano”, aseveró.

El homicidio que comete Mercader –subrayó- es por razones ideológicas, con un convencimiento ideológico que León Trotsky realmente estaba organizando la Cuarta Internacional para quitar del poder a Stalin, a quien en un momento dado se le pretendió desestabilizar entre los ataques de la Alemania nazi que estuvo a punto de vencer a la Unión Soviética.

A Trotsky –puntualizó- se le veía como una amenaza para la Unión Soviética, y por eso, era el deseo de acabar con él. Era un gran hombre y respetadísimo, porque era él, realmente, el sucesor de Stalin. Sin embargo, no lo fue por la tragedia que se vivió. Fue una de las mentes más brillantes sin duda alguna del Siglo XIX, una de las figuras políticas más importantes de esa paradigmática época cuando se le atacó en la Casa de Coyoacán con un piolet, dando por termina su vida en el marco de una gran intriga política promovida por el Sóviet Supremo.



La obsesión de Stalin por matar a Trotsky



Tras la muerte de Lenin en 1924 no sólo deja un vacío en la recién fundada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922, sino que se inicia una guerra paulatina y personal entre Stalin y Trotsky. No solamente les separaban diferencias ideológicas sobre la forma de llevar a cabo la Revolución. Trotsky llevaba menos tiempo en el partido, desde el estallido de la Revolución, y ya era capaz de hacer sombra al más veterano: Stalin. Trostsky se convirtió para el jerarca soviético en uno de sus enemigos más peligrosos y lo persiguió hasta su muerte en agosto de 1940.

El 14 de noviembre de 1927, Stalin acabó expulsando a Trotsky del partido y, consciente de que su vida corría peligro, Trotsky huyó a Turquía, Francia o Noruega, instalándose finalmente en México. Desde allí, el ex líder del Ejército Rojo intentó organizar una Cuarta Internacional que agrupara al conjunto de fuerzas trotkistas tras el abandono stalinista de la Tercera Internacional.

Una vez instalado en México, la obsesión de Trostky se acrecentó. Sabía que Stalin iba tras él y lo quería ver muerto. Y así era. El 24 de mayo los servicios secretos de la URSS al mando de David Alfaro Siqueiros, pintor mexicano, dispararon junto con otros 20 hombres más de 300 balas sobre la casa del líder de la Cuarta Internacional. Hecho del que resultó ileso, a excepción de la herida de pie que le causó a su nieto la rozadura de una bala. Es entonces cuando Ramón Mercader, comunista catalán, hace su aparición bajo la identidad de Frank Jackson, ingeniero canadiense.

En contra de lo que universalmente se cree, Ramón Mercader nunca fue reclutado y entrenado en la Unión Soviética, así lo ha demostrado el historiador Eduard Puigventósen en su libro El Hombre del Piolet, sino que fue reclutado por los servicios secretos por su propia madre, Caridad Mercader.

La familia era de origen catalán y burgués. Su abuelo Narcís Mercader poseía una empresa de textil en la que trabajaba el padre de Ramón, Pau, y que acabaría quebrando. Tras quedarse sin trabajo y la mudanza posterior de la familia, el consumo de drogas terminó agudizando las malas relaciones. Caridad decidió huir a Francia con sus hijos. En 1930 Ramón, tras regresar a Barcelona, acabó militando en el Partido Comunista de Cataluña.

Ramón acabó intimando con Sylvia Ageloff, psicóloga y socióloga norteamericana que se encontraba en París, y fue su enlace con el partido en Nueva York, donde se encontraba desde 1939 la sede de lo que sería la Cuarta Internacional de Trotsky. Así es como Mercader inició sus primeros contactos con los círculos trotskistas y lo utilizó para acercarse al líder, pero nunca llegaron a entablar amistad como se cree.

Stalin quería acabar con Trotsky y tras el fracaso de Siqueiros, lo mejor era que el asunto fuese llevado a cabo por una sola persona.

Uno de los grupos de los servicios secretos soviéticos encargados a llevar a cabo el asesinato era el formado por Leónidas Eitingon, Ramón Mercader y Caridad Mercader. El encargo fue recibido por Leónidas, pero finalmente lo ejecutó Ramón, tras tomar la iniciativa. La operación Pato (Utka) se puso entonces en marcha.

Ramón consiguió acercarse al líder de la Revolución de Octubre a través de los círculos trotskistas en los que se había conseguido adentrar gracias a Silvia Ageloff. Guarda también amistad con algunos de los guardas de la casa de Trotsky.

Mercader consiguió llamar su atención a través de un artículo que quería escribir, y necesitaba de su ayuda para corregirlo. Se establecieron varias visitas a la residencia del teórico marxista. La última, el 20 de agosto de 1940, cuando el catalán le asestó un golpe en el cráneo con un piolet que llevaba bajo su gabardina.

Una de las incógnitas era por qué decidió usar un piolet, algo que convirtió al asesinato en algo peculiar. Lo cierto es que llevaba arma blanca y pistola, pero Mercader pensó que la muerte más rápida, silenciosa y efectiva sería esa. Pero lo cierto es que Trotsky pegó un grito, se volvió y mordió a su asesino. Fue atendido por los médicos y sobrevivió durante 26 horas más.

Tras su salida de la cárcel fue acogido por Fidel Castro en Cuba, y enfermo ya de cáncer pidió a Santiago Carrillo su vuelta a España recién legalizado el Partido Comunista en abril del año 1977.

Pero Carrillo le impuso condiciones que no estaba dispuesto a cumplir: que escribiera sus memorias contando quién le había dado la orden de matar a Trotsky.

Carrillo estaba en pleno proceso de formación del eurocomunismo y de revisión del pasado stalinista.

Jaime Ramón Mercader del Río y/o Jacques Mornard  y/o Frank Jackson, nunca renegó de sus actos y le pareció un precio muy alto. Nunca consiguió volver a España y murió en Cuba a los 65 años de edad, el 19 de octubre de 1978.



Espíritu de fortalezas



Entre el Poder Judicial y el periodismo se concatena un espíritu de fortalezas. Entre datos anecdóticos, al conocerse de la noticia de este crimen político, un periodista del periódico El Universal, Eduardo “El Güero” Téllez Vargas, fue un astuto reportero que cubría la nota roja; ante el cerco policiaco que se montó en la escena del crimen, se vistió de médico para recoger sus testimonios periodísticos.

El periodista Roberto Rock lo detalla… Ese 20 de agosto de 1940 (hace casi ocho décadas), sólo un periodista como él, con redes que como tentáculos alcanzaban cada comisaría de policía, cada barandilla de juzgado, cada esquina, pudo llegar trepado en una patrulla, sirena abierta, justo a tiempo para presenciar la escena del estudio donde yacía, agonizante, León Trotsky, en la calle de Viena 19, en Coyoacán.

Eduardo “El Güero” Téllez Vargas era el único reportero en el mundo capaz de enterarse que el ruso aquel, actor clave de la Revolución Bolchevique, artífice del Ejército Rojo, sería trasladado “en las puertas mismas de la muerte” a la Cruz Verde instalada en las calles de Victoria y Revillagigedo, en el centro capitalino. Trotsky fue trasladado directamente al quirófano para una operación que se prolongó varias horas. A unos metros, dentro del hospital, disfrazado de camillero, “El Güero” aguardaba noticias, era ese mismo reportero inevitable.

Poco después Téllez Vargas estaba en la redacción de su periódico con decenas de páginas de su libreta plagadas de datos, algunos puntuales otros seguramente producto de su fértil imaginación. Las revistas en ruso dispersas por el estudio de Trotsky, las gafas tintas en sangre, la cama de latón con pátina desgastada por el tiempo, acaso una melodía en ucraniano sonando aún en un tocadiscos enmohecido…

El periodismo de “El Güero” sólo era imaginable si se nutría de literatura, de personajes más o menos verosímiles entre los que, con harta frecuencia, debía figurar él mismo.

Por la pluma de este (sui géneris) periodista el mundo se enteró de la muerte de Trotsky, el 21 de agosto, víctima del piolet que incrustó en su cráneo Ramón Mercader del Río, alias “Jack Mornard”, agente de la implacable KGB, la agencia principal de la policía secreta de la Unión Soviética, inaugurada el 13 de marzo de 1954 y cancelada por el Soviet Supremo, el 6 de noviembre de 1991.

El mundo mismo seguiría durante las semanas posteriores las decenas de crónicas con las que “El Güero” arrancaba secretos de los partes policiacos recién rellenados: cómo Mercader (que pasaría 20 años en Lecumberri) enamoró en París a Silvia Agelof, hermana de Ruth, secretaria de Trotsky, de las cuales obtuvo indicaciones para entrar a la casona, y muy pronto se vio sentado conversando con el líder soviético, que había firmado su sentencia de muerte tras romper con el sanguinario Stalin.

No es improbable que, con un dato aquí, un guiño allá, en los textos de Téllez Vargas haya nacido la estrambótica versión de un romance entre Trotsky y Frida Kahlo… 



Le llamaban “El Güero”



Quizá no haya existido en México del último siglo un periodista en el que las fronteras entre la verdad y la leyenda se hayan diluido como lo hicieron en la vida personal y profesional de este sagaz reportero de policía cuya fama lo ha sobrevivido por décadas. Ha sido un referente a través de las generaciones de periodistas en México.

Producto de su ingenio, de su simpatía irresistible, Eduardo “El Güero” Téllez Vargas fue también resultado de un país que se agitaba con historias de folletín, sufría las tragedias de la farándula y se indignaba ante villanos que parecían inspirados en los personajes que protagonizaba en el cine Arturo de Córdova.

Una Ciudad de México aun con profundos aires provincianos, que contenía la respiración mientras devoraba sin pausa una historia de policías y ladrones (como la icónica “Banda del Automóvil Gris”) que podía ocupar, cada día, una página completa de periódico bajo la firma de un hombre instruido por las calles y animado por la sola pasión del oficio periodístico.

Ese hombre era Téllez Vargas (Morelos, 1908). Pareció vivir siempre al centro de una novela en la que él fue autor y actor, mezcla estrafalaria de Truman Capote, Eliot Ness y Hércules Poirot, todo ello sujeto al azar más literario que alguien pudiera imaginar. Dígalo si no su biografía:

En la juventud temprana Eduardo Téllez Vargas fue, presuntamente, campeón de baile del muy famoso “Salón México”, en el circuito ya entonces sórdido de antros cercanos a las calles de San Juan de Letrán, hoy Avenida Lázaro Cárdenas.

Con el tiempo, él alardearía frente a sus colegas que cobraba por dar lecciones de tango y danzón. Se apasionó por el béisbol y los toros. Decía que en 1927, antes de cumplir 20 años de edad, jugó profesionalmente béisbol, como lanzador con los equipos de la Procuraduría General de la República, Chicléts Adams y el Colegio Williams, el plantel que en esos mismos años cobijaría a Octavio Paz.

En 1930 se olvidó de los deportes y “destripó” en la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para ser periodista, según narró a José Ramón Garmabella para el libro “El Güero Téllez ¡Reportero de Policía!”, publicado en 1982.

“Y los peores crímenes, Güero, ¿cómo eran”, preguntaba Garmabella.

-“Con cuchillos…largos y filosos cuchillos, siempre”, respondía aquél.

“¿Y las víctimas, Güero?”

-“Bellas y otoñales damas, siempre”.

A este mismo escritor le narró que optó por el periodismo cuando su hermano Armando, quien fuera editorialista en el periódico Excélsior, fue fusilado en el Ajusco luego de publicar un artículo en el que criticaba la persecución que sufría la comunidad católica. En el sepelio, supo que sería reportero.

Pero su trayecto fue en sí mismo otra novela: Inició cubriendo deportes en “La Época”, pero la crónica policiaca lo subyugó, por lo que se encadenó a ella en “La Palabra”, le siguió “El instante”, posteriormente “La Noche”… y todavía siguió “La Noticia”.

Luego, el ingeniero Félix  Palavicini, quien había fundado el periódico El Día, lo invitó a unirse a su equipo de trabajo, pero en ese diario no duró más que nueve meses. Téllez se integró al periódico Novedades, diario que abandonó a consecuencia de una huelga. Entonces llegó a El Universal, que sería su casa definitiva, donde publicó por  más de 30 años. Toda una institución.



Vivir de recrear la muerte



Fue el 26 de septiembre de 1949. El avión que trasladaba a Blanca Estela Pavón, la inolvidable pareja cinematográfica de Pedro Infante, se desplomó cerca de la cima del Popocatépetl, sin sobrevivientes.

Téllez Vargas escribió haber acudido al “rescate” de los cadáveres que “quedaron regados en la falda del volcán”.

Jorge Arriaga, el artista que al lado de Blanca Estela Pavón personificó el papel del “Tuerto” que prendió fuego a la vivienda en la que murió el “Torito”, había identificado, narró, lo que quedó de su compañera.

Años después escribiría para sus lectores cautivos cuando, el 10 de marzo de 1955, su sagacidad lo llevó a la casa número 83 de la calle de Kepler, Colonia Nueva Anzures, pues la muy famosa artista de cine Miroslava Stern se había suicidado.

“El cuerpo de Miroslava yacía sobre la cama, vestido con una negligé blanca y una bata color fresa. Permanecía recargada la cabeza sobre la mano derecha, en la que estaba un retrato de Luis Miguel Dominguín, una anciana y la ahora extinta. En la mano izquierda, tres cartas con sobres de correo aéreo…”

A finales de los años 70, tras medio siglo dedicado a perseguir y recrear la noticia policiaca, Eduardo “El Güero” Téllez Vargas dejó de ser reportero de El Universal.

Pero logró que una nueva generación de lectores siguiera, extasiada, una selección hecha por él mismo de sus mejores crónicas, que publicaba en El Gráfico, de la misma casa editorial, bajo el título “Yo lo viví”. Murió el 6 de septiembre de 1991. Su fama perdura hasta estos días.

Este reportero aún recuerda que “El Güero” vestía muy elegantemente, usaba sombrero de ala muy a la usanza de los periodistas investigadores que dejan memoria histórica, siempre traía un cigarro (Delicados) colgado de la comisura de sus labios, un personaje inolvidable porque cada mañana, sonriente y amigable, a partir de las seis de la madrugada, llegaba a la redacción de El Universal Gráfico y quienes lo veían le ideaban: “¡Paren prensas…, El Güero trae la nota!”, trabajos periodísticos que era muy leídos por el público lector que gustaba por comprar el tabloide de Bucareli.

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